Exceso de ‘Jefes’, escasez de ‘Liderazgo’


     La abundancia de jefes, por otro lado y aunque parezca irónico, resulta en vacíos de poder, porque las ganas de mandar obedecen a la necesidad de ciertas personas de ejercer funciones de poder -como satisfacción personal- y no tanto al deseo de asumir una responsabilidad que implique un mayor compromiso y mayor trabajo.

   El vacío de poder se da porque los abundantes jefes apadrinan las actividades en las que ellos pueden ser el centro, pero evaden las que impliquen el riesgo de asumir una responsabilidad frente a un tropiezo.

   Así, cuando algo falla se inicia una discusión y los “jefes” se echan la culpa entre ellos.

   La manera de evitar este problema, que daña fuertemente a una organización, es el fomento de la conciencia de que el poder de un líder emana de su autoridad y está no se obtiene con un título, ni siquiera con un nombramiento de la empresa. La autoridad se obtiene por la capacidad demostrada y por el prestigio que se gana una persona en el trato a los demás y en el cumplimiento de su trabajo.

   El exceso de jefes lleva a las empresas a caer en el autoritarismo que es en términos generales, la deformación del ejercicio de la autoridad en las relaciones sociales, originando un orden social opresivo y carente de libertad para  parte de los miembros del grupo.

   Un buen jefe no necesita arrear a las personas, por eso tal vez la imagen más acertada de autoridad la define el Evangelio de San Juan “el pastor va delante de ellas y las ovejas le siguen, porque conocen su voz”.

   Un buen jefe también tiene la cualidad de ser humilde, porque los subordinados respetan a alguien que es capaz de remangarse la camisa y hacer trabajo operativo, en cambio las personas que solo quieren ser jefes para mandar rehúyen ensuciarse las manos.